lunes, 4 de octubre de 2010

Pequeño drama cotidiano

Hoy estoy triste. Digámoslo sin tapujos. Y no me gusta estarlo, porque no puedo dejarme llevar por la melancolía, porque somos seres sociales, hay gente que nos quiere y no podemos hacerles sufrir más de lo necesario mostrándonos sin una pequeña máscara de alegría o al menos de “ausencia de sentimientos negativos”.

Mi máscara suele ser la ironía, el sarcasmo, el humor ácido, la autocompasión velada… Uno busca alternativas al llanto, a la histeria, al arrojarse a romper cosas (objetos o nuestra cabeza contra la pared).
Resumiendo los conceptos anteriores (ironía, tragedia, sarcasmo, tristeza…), si pudiera, actuaría como sigue (lo advierto, voy a improvisar):

«Bajé las amplias escaleras de mármol, rozando con la punta de los dedos el frío pasamanos de inerte cobre. Mis pasos resonaban, me sentía observado por todos y cada uno de los escalones que pisaba y la sensación se volvía opresiva.

Al menos me quedaba el consuelo del tacto sobre mi piel de la bata de raso, que, aunque también gélida, a juego con las escaleras, el pasamanos y mi estado de ánimo, me acariciaba todo el cuerpo. Con la mano libre no pude evitar rozar mi pañuelo de seda, que siempre quise creer que era de seda natural, y aproveché para apretarlo más fuerte alrededor de mi cuello.

Entré en la gran sala vacía. Estaba oscura como suponía que debía estarlo el infierno, a excepción de un punto luminoso al fondo. Alguien, quizás yo, había encendido la gran chimenea que dominaba la estancia. Este lugar siempre me había resultado inquietante, no era afición mía el bajar hasta él. Digamos que el frío llama al frío, y en ese salón tenía un mueble bar que permanecía cerrado bajo llave, a la espera de las importantes visitas que agasajaba en este lugar con los licores presuntamente más selectos que guardaba en su interior. Visitas fugaces, interesadas, frívolas, inertes como el alcohol que bebían de mis fríos pero caros vasos.

Deslicé la llave en la cerradura. Me pareció un ataque brutal contra la inocencia y dignidad de esa pequeña apertura, penetrarla sin contemplaciones con una llave también fría al tacto. De acuerdo, el ojo de la cerradura había sido creado para ser vejado por la llave, pero no me pareció bien. Esta noche nada me parecía del todo bien.

Elegí la botella que parecía contener el líquido más obscenamente caro. No sabía qué era, pero lo volqué en un vaso ancho que tenía un poco de polvo. Yo también tenía polvo dentro, así que me pareció acertada la casualidad.

Una vez llené mi vaso hasta el borde, como nunca me hubiese atrevido a llenarlo delante de esas distinguidas visitas, hice el amago de guardar la botella, que resultó ser de un brandy que alguien me pudo regalar en alguna ocasión, quizás sin esperar nada a cambio, pero no apostaría por eso. Justo antes de dejarla en la balda se me ocurrió que no era necesario. Nada era necesario esta noche, porque era otoño y yo tenía frío, y ni todo el alcohol del mundo ni todas las chimeneas existentes en todos los salones muertos por dentro de todas las casas aisladas en todos los montes de este país en declive me lo quitaría. Porque un muerto está frío por definición. Yo pensaba que estaba muerto por dentro y que así estaba bien. Pero esa cualidad mortuoria era ya tan profunda, tan exasperante que se me dibujaba detrás de la piel y hedía en mi aliento.

Sin pensarlo demasiado, dejé caer la botella, que me gustaría decir que estalló en mil pedazos, aunque fueron menos. Mis pies se llenaron de alcohol y cristal. El uno me curaba las heridas que me produjeron los otros. Y eso estaba bien.

Me acerqué a la chimenea y observé el fuego. ¿Qué extraña cualidad posee el fuego que nos hace quedarnos atontados mirándolo? Había quien decía que yo era un manipulador… ¿y el fuego? ¿No era peor que yo acaso? Bebía un sorbo que me supo a hiel. Nunca había probado la hiel, pero sabía que era un símil fácil y trillado que había leído innumerables veces en los libros que guardaba en otra estancia de aquella casa muerta. La idea de que una bebida tan supuestamente exquisita me supiera tan mal me pareció grotesca y cruel, como yo mismo me parecía a veces cuando la gente de mi entorno me lo recordaba, extrayendo sus cuadernos de piel seca donde guardaban sus reproches hacia mí, donde recogían mis faltas y defectos, con fechas incluidas. Benditos cuadernos que nos ayudaban a no olvidar nunca los errores ajenos, las ofensas del resto. De repente, recordé que había sido yo el que había encendido la chimenea, y también supe con qué la había encendido…

El amargo brandy no sólo dañó mi sentido del gusto, sino también mi boca, mi boca física, con su frialdad. En un ataque de furia que consideré muy apropiado a la par que desproporcionado, arrojé el pesado vaso con su precioso contenido contra la chimenea. El recipiente estalló como lo había hecho su hermana mayor, la botella que se vengó de mí hiriéndome los pies. No era lo único en este mundo que me había dañado y después de todo había sido benévola. El fuego se animó instantáneamente, y los cuadernos de piel crepitaron enardecidos al ser testigos mudos de una reacción reprochable por mi parte. Saltaron pequeñas chispas desde la boca de la chimenea, y me agradó sentir su calor sobre mi piel, sobre mi bata, sobre mis pies pringosos de brandy y de recuerdos muertos. Pero al fin notaba el calor de la chimenea. El fuego no sólo hipnotizaba, sino que también era útil.

Me acerqué a las cortinas próximas a la chimenea. Eran de terciopelo de algún color indeterminado, la oscuridad reinante en la estancia era su cómplice. Las acaricié. Estaban heladas pero su tacto era suave y agradable.

Sentí una punzada de dolor repentina. Era la ansiedad, una vieja amiga, una compañera indeseable que había acabado por tolerarme a mí, pero yo a ella no. No era una metáfora lógica, pensé, pero eso no importaba en absoluto porque no había nadie allí para oir mis pensamientos y juzgarlos. Tiré de la cortina, quería refugiarme en su tacto suave y delicado, sentir su peso sobre mi cuerpo, porque ya no sentía el tuyo, tu densidad sobre mí, tu aliento. Y mi aliento era repugnante con ese aroma a flores muertas provocado por el maldito brandy. La cortina cedió, dócil y me cubrió por completo. Me sentí a gusto en ese nuevo útero y me invadió una agradable sensación de calor que ascendía por mis pies. El calor pronto fue excesivo, pero no me importó lo más mínimo. Tampoco me importó nada en absoluto sentir como las cortinas empezaban a arder a mi alrededor. Me pareció poético vestirme con ese calor hecho cortinas hechas fuego.

De repente, tuve mucho sueño y quise dormir allí, en ese salón que siempre había despreciado por lo vacío y frío que era, pero que hoy era tan cálido como el lejano verano. Así que me dejé caer en el suelo, envuelto por la cortina, envuelto por el fuego que dibujaba su recorrido por las huellas de mis pies sobre la tarima de madera (¿de qué madera era la tarima? No lo sabía, y eso me intranquilizó durante un segundo, para luego aceptar que conocer ese dato, como tantos otros, no me haría más feliz).

Lo último que sentí fueron las risas de los cuadernos de piel, de mis presuntos amigos y amantes,  satisfechos al verme castigado. Y me pareció justo, y me pareció bien hacer feliz a tanta gente, al fin.»

Dedicado con todo mi cariño a El Oso Estudioso.


Y por supuesto a ti, Pz. Te echo de menos.

3 comentarios:

DavidBorrallo dijo...

Ay nene, realmente me ha encantado como lo has contado, pero no lo que leo entrelíneas. El momento de los cuadernos de piel es muy acertado, como muchas otras cosas acertadas de las que dices en este texto que podía traducirse perfectamente en el guión gráfico de una película.

Muchas gracias por dedicarme el texto,y bueno, mucho ánimo con los cambiso que vengan a raiz de "tu muerte bajo las cortinas".

Un abrazo enorme y perdona por tardar tanto en escribir el comentario, lo lei anoche pero me quedé dormido, lo siento mucho.

Anónimo dijo...

De la trsiteza salen algunas cosas buenas; y si no mira a Bisbal, siempre está contento, pero es tonto del culo..

Anónimo dijo...

Por cierto, la revista digital en la que colaboro ha organizado un certamen de microrelatos; por si te interesa:


http://www.azetarevista.com/

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